Introducción
Los huertos comunitarios representan una forma innovadora de gestión colectiva de espacios verdes urbanos, destinada a fomentar el bienestar de la comunidad y mejorar el entorno que la rodea. Iniciados por grupos locales, estos espacios cumplen múltiples funciones: más allá del cultivo, actúan como centros de interacción social, educación, inclusión y bienestar general.
No existe un modelo único de huerto comunitario. Pueden ser desde pequeños huertos urbanos e invernaderos compartidos hasta jardines naturales o espacios agrícolas más grandes gestionados colectivamente. Lo que los une es la participación activa de la comunidad, a menudo creada y mantenida de forma voluntaria. En algunos casos, los huertos comunitarios se desarrollan en colaboración con las autoridades locales, reforzando el vínculo entre los ciudadanos y su entorno.
Además de promover la sostenibilidad medioambiental y la biodiversidad, los huertos comunitarios ofrecen oportunidades de compromiso social, educación e inclusión. Son espacios abiertos para compartir conocimientos y habilidades, fomentando un modelo de ciudadanía activa y participativa.
Este módulo explorará los principios fundamentales de los huertos comunitarios, su impacto en la sociedad y el medio ambiente, y su potencial como herramientas de transformación urbana y cohesión social.
Lecciones
L1. ¿Qué es un huerto comunitario?
Los huertos comunitarios representan una forma innovadora de gestión colectiva de la tierra, destinada a beneficiar tanto a los miembros de la comunidad como al medio ambiente circundante. Estos espacios verdes, iniciados por grupos locales, sirven a multitud de propósitos, desde el ocio y el bienestar hasta la educación y la inclusión social. Aunque el cultivo de alimentos puede ser un componente de los huertos comunitarios, no es necesariamente su finalidad principal.
Los huertos comunitarios varían mucho en tamaño y tipo: pequeños huertos naturales, zonas de frutas y verduras integradas en complejos residenciales, invernaderos comunitarios y huertos comerciales gestionados por la comunidad. Su creación y gestión son principalmente voluntarias, con una fuerte implicación de la comunidad local. En algunos casos, los huertos comunitarios más grandes pueden emplear a numerosos trabajadores, mientras que otros funcionan gracias al compromiso de pequeños grupos de voluntarios. La gestión de estos espacios suele confiarse a comités elegidos por la comunidad y, en algunos casos, se produce en asociación con las autoridades locales, manteniendo un alto nivel de participación territorial.
No es sólo una forma de cuidar el medio ambiente, sino también, y sobre todo, un espacio para acoger y valorar la diversidad, donde la escucha, la interacción y la colaboración hacen del Huerto Urbano Comunitario un laboratorio permanente para experimentar e intercambiar ideas y conocimientos, para hacer cosas juntos. El Huerto Urbano Comunitario es un bien común y está estrechamente vinculado a su territorio y a su comunidad, valorizándolos. El Huerto Urbano Comunitario se gestiona colectivamente y tiene diversas funciones relacionadas con el ocio, las actividades sociales, el bienestar, la educación, la inclusión y la integración. El cultivo puede ser una de sus características, pero no el objetivo principal ni el único.
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El 6 de abril de 2018, la ciudad de Roma recibió un importante reconocimiento con el proyecto «Rural», presentado dentro del Programa «Urbact» promovido por la Cooperación Territorial Europea para el desarrollo urbano sostenible e integrado. Este éxito se suma al ya consolidado «Sidigmed – Proyecto de Huertos Urbanos», confirmando el liderazgo de Roma en estrategias medioambientales y regeneración urbana.
El proyecto, seleccionado entre 24 ganadores de 43 ciudades participantes, consiste en transferir actividades desarrolladas entre 2014 y 2016 en los municipios II, IV y IX de Roma. En estas zonas se crearon espacios verdes en terrenos baldíos, abandonados o confiscados por la mafia, donde personas vulnerables, asociaciones y ciudadanos colaboran en la gestión de los huertos.
Estas iniciativas promueven la defensa ecológica, la valorización territorial y el uso de los bienes comunes como elementos de resiliencia, inclusión y agregación social, reforzando así la identidad colectiva urbana.
Un aspecto significativo de estos proyectos es el destino final de los productos cultivados, que pueden reservarse para el autoconsumo o donarse a asociaciones de ayuda a los necesitados. Este enfoque integrado no sólo mejora la autosuficiencia alimentaria, sino que también apoya a las comunidades más vulnerables.
La alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, destacó la importancia del reconocimiento recibido: «Roma se convierte en un modelo de regeneración urbana y en una ciudad de buenas prácticas en el contexto europeo. El reconocimiento de Urbact confirma la validez de nuestras buenas prácticas medioambientales y las vías integradas de reurbanización aplicadas en favor de la revitalización de los centros urbanos y las periferias. Todo ello a través de modelos participativos de diálogo entre ciudadanos e instituciones, inclusión social, lucha contra el cambio climático y desarrollo territorial. La participación en el Programa Urbact es un excelente escaparate para promover Roma Capital como «ciudad agrícola urbana resiliente»».
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El principal objetivo de la creación de un huerto urbano comunitario es proporcionar beneficios tanto a los miembros de la comunidad como al entorno que la rodea. Estos espacios verdes, creados gracias a la colaboración de grupos locales, no sólo mejoran la calidad del entorno urbano, sino que también fomentan la cohesión social y el bienestar colectivo.
Los huertos urbanos comunitarios transforman terrenos descuidados o abandonados en oasis verdes que contribuyen a la biodiversidad y mejoran la calidad del aire en las ciudades. Actúan como pulmones verdes, reduciendo la contaminación y proporcionando hábitats a diversas especies de flora y fauna. Este renacimiento verde urbano no sólo embellece el entorno, sino que crea espacios acogedores y funcionales para los ciudadanos.
Estos huertos facilitan la interacción entre personas de distintas edades y procedencias, fomentando el diálogo y la colaboración. Los huertos comunitarios se convierten en lugares de socialización donde se forjan nuevas amistades y se refuerzan los lazos ya existentes. El intercambio y la puesta en común de experiencias y conocimientos fomentan el sentimiento de pertenencia y comunidad. En estos espacios, las personas aprenden a trabajar juntas, a compartir responsabilidades y a crear un entorno armonioso y de colaboración.
Participar en el cultivo de un huerto comunitario tiene numerosos beneficios psicológicos y físicos. Una actividad física ligera, como cultivar y cuidar plantas, contribuye a la salud física, mientras que el contacto con la naturaleza y la participación en un proyecto colectivo mejoran el bienestar mental y reducen el estrés. Los huertos urbanos comunitarios ofrecen un refugio contra el caos de la vida urbana, un lugar donde la gente puede relajarse y encontrar una sensación de paz y tranquilidad.
Los huertos urbanos comunitarios sirven de catalizadores de la cohesión social. Fomentan la colaboración y la integración entre distintos grupos sociales, creando un tejido social más fuerte y solidario. También ofrecen una oportunidad para la inclusión de individuos vulnerables, mejorando la calidad de vida de todos los participantes. La integración de personas con diferentes capacidades, antecedentes culturales y condiciones sociales hace de estos huertos verdaderos laboratorios de inclusión y solidaridad.
Más allá de los aspectos sociales y medioambientales, los huertos urbanos comunitarios tienen una importante función educativa. Sirven de plataformas donde los miembros de la comunidad pueden aprender prácticas agrícolas sostenibles, comprender la importancia de la biodiversidad y desarrollar una mayor conciencia medioambiental. Mediante talleres y actividades educativas, estos huertos difunden conocimientos ecológicos y promueven estilos de vida sostenibles, concienciando sobre la protección del medio ambiente y la gestión sostenible de los recursos.
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En resumen, los objetivos y principios que guían un proyecto de huerto comunitario son:
- Promover la custodia del territorio: Valorizar el patrimonio verde y agrícola y proteger la biodiversidad de Roma, contribuyendo a la defensa ecológica y a la mejora del territorio.
- Valorar los recursos naturales: Fomentar prácticas de regulación y recuperación de los recursos naturales para garantizar su sostenibilidad a largo plazo.
- Desarrollar la resiliencia y la participación activa: Involucrar a la comunidad para desarrollar la resiliencia y mejorar la seguridad alimentaria local mediante la gestión colectiva de los huertos.
- Educar sobre la belleza y el decoro urbano: Sensibilizar a los ciudadanos sobre la importancia de la belleza y el decoro urbano, contribuyendo a crear entornos más agradables y cuidados.
- Organizar y gestionar eficazmente: Promover las mejores prácticas para la organización y gestión espacial y cultural de los huertos urbanos, garantizando un diseño y mantenimiento adecuados.
- Agricultura ecológica: Fomentar métodos agrícolas respetuosos con el medio ambiente, como la agricultura ecológica y la permacultura, para garantizar prácticas sostenibles y saludables.
- Autoproducción sostenible: Ofrecer la oportunidad de producir parte de las propias necesidades hortícolas de forma sana, ecológica y socialmente sostenible.
- Ciudadanía activa: Crear oportunidades de agregación social que fomenten las relaciones interpersonales y el conocimiento del entorno urbano, desarrollando momentos de sociabilidad y encuentro.
- Cultura de prácticas ambientales sostenibles: Sensibilizar a los ciudadanos, familias, colectivos, asociaciones e instituciones educativas sobre la importancia de las prácticas ambientales sostenibles y resilientes a través de procesos de gestión compartida de los bienes comunes.
- Encuentro intergeneracional: Promover el intercambio de conocimientos y técnicas entre distintas generaciones, valorando la contribución de cada grupo de edad.
- Estilos de vida positivos: Promover actividades al aire libre y estilos de vida saludables, utilizando los huertos urbanos como lugares para el bienestar físico y mental.
- Inclusión social e intercultural: Promover la integración, la inclusión social, la solidaridad y el intercambio intercultural, creando entornos acogedores para todos.
- Recuperación de las tradiciones agrícolas: Recuperar las tradiciones agrícolas locales y ofrecer formación en el sector, transformando los huertos urbanos en espacios de aprendizaje e innovación para toda la comunidad.
A través de estos objetivos, un huerto urbano comunitario se convierte en un laboratorio permanente de experimentación e intercambio de ideas y conocimientos, fomentando la cohesión social y la mejora del territorio.
Cuestionario
L2. Historia y tipos de huertos comunitarios
El fenómeno de los huertos urbanos empezó a arraigar en América e Inglaterra a partir de los años veinte con el concepto de «huertos comunitarios», en los que algunas zonas urbanas se asignaban a grupos de trabajadores que, carentes de buenas condiciones económicas y sociales, encontraban en el cultivo un medio de subsistencia. En la Europa posterior a la Primera Guerra Mundial se produjo un aumento significativo de las zonas destinadas a la agricultura colectiva: en Alemania, por ejemplo, en 1919 se promulgaron leyes para promover la creación de huertos urbanos en todo el país. Del mismo modo, en Rusia, con la nacionalización de la tierra por los bolcheviques, se asignaron muchas tierras a la clase obrera y a los funcionarios del partido. En Estados Unidos, para hacer frente a la emergencia social inducida por la guerra, se promovieron «huertos comunitarios» para financiar la campaña de educación de niños y marginados sociales, conocida como la «Escuela de Jardines de Estados Unidos».
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1. LAS PRIMERAS FORMAS
Durante la Gran Depresión de los años 30, la agricultura colectiva a través de los «huertos de socorro» o «huertos del bienestar» mejoró las condiciones económicas y sociales de muchos estadounidenses, convirtiéndose en agentes de socialización y promotores del bienestar social y cultural.
Los primeros testimonios de horticultura urbana y cultivo de ciudades como gestión pública y colectiva se remontan a las experiencias estadounidenses de los años sesenta y setenta. Grupos de personas de diversos orígenes sociales se unieron para contrarrestar la especulación inmobiliaria neoliberal, las privatizaciones, la cementificación de los espacios verdes, el consumo de suelo y la gentrificación. Las primeras movilizaciones populares de renovación urbana dieron lugar a la creación de huertos urbanos. En Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Francia se llevaron a cabo las primeras investigaciones sociales sobre los huertos urbanos en el contexto del desarrollo comunitario, que pusieron de relieve un fuerte compromiso cívico con la calidad de vida y la sostenibilidad medioambiental.
2. EN LOS ESTADOS UNIDOS
En Estados Unidos, algunos estudiosos hablan de «racismo medioambiental» desde que los primeros espacios verdes urbanos se reservaron a grupos étnicos concretos, como hispanos y afroamericanos, excluyéndolos de la vida metropolitana. Surgieron movimientos de protesta que reivindicaban el derecho a habitar la ciudad, descritos por autores como Staheli, Mitchell y Gibson.
El fenómeno de los huertos comunitarios puede dividirse en dos tipos: una categoría social compuesta por personas interesadas en resistirse al consumo de la tierra y al despilfarro de alimentos mediante la construcción de comunidades participativas; y una categoría económica formada por lobbies financieros que, mediante estrategias neoliberales, llevan a cabo operaciones de gentrificación para el mercado turístico e inmobiliario.
Un ejemplo significativo es la crisis fiscal de Nueva York en los años setenta, que provocó el abandono de miles de viviendas y zonas verdes. Las decisiones políticas, como las de Rudolph Giuliani, favorecieron el aburguesamiento a costa de las clases sociales más débiles. Sin embargo, la venta de los terrenos prometidos no prosperó, y los jardines comunitarios se vendieron a Land Trusts como el «New York Restoration Project» y el «Trust for Public Land». Este escenario puso de manifiesto la complejidad de la dinámica entre lo público y lo privado en la gestión de los espacios verdes urbanos.
3. EN EUROPA
En Europa, 14 países pioneros empezaron a crear huertos urbanos: Gran Bretaña (1795), Alemania (1814), Francia (1896), Dinamarca (1821), Noruega (1908), Países Bajos (1838), Finlandia (1900), Suecia (1895) y Austria (1904), entre otros. Los nombres varían desde «huertos alquilados» a «Kleingarten» y otros. En España existen los «huertos de ocio»; en Francia, los «jardin ouvriers» y los «jardins familiaux» apoyados por asociaciones como la Fédération Nationale des Jardins Familiaux et Collectifs y la Bundesverband Deutscher Gartenfreunde e.V.
Los huertos urbanos europeos son una forma de «compromiso crítico» contra el neoliberalismo, como en el caso del jardín Forat de Barcelona. En Francia, los Jardins Partagés son laboratorios de ciudadanía activa situados en barrios históricamente habitados por inmigrantes y trabajadores, que se resisten a la especulación inmobiliaria. Con el tiempo, los huertos urbanos se han convertido en promotores de la integración social y étnica.
En Europa, sólo ocho países tienen leyes específicas para los huertos urbanos: Austria, Dinamarca, Alemania, Irlanda, Lituania, Polonia, Eslovaquia y Gran Bretaña. Estas leyes establecen la base legislativa para la gestión y adjudicación de los huertos comunitarios. Por ejemplo, en Austria existe la Ley Federal de Regulación de Huertos Urbanos (1958), en Alemania la Ley Federal de Pequeños Huertos (1983), en Gran Bretaña la Ley de Pequeñas Explotaciones y Huertos Urbanos (1908) y en Irlanda la Ley de Adquisición de Tierras (Huertos Urbanos) (1926).
Es difícil precisar el comienzo exacto de la historia de los huertos comunitarios, ya que es plausible que los primeros huertos del mundo fueran colectivos, teniendo en cuenta cómo se organizaban las comunidades prehistóricas. En cualquier caso, el fenómeno de los huertos comunitarios, tal y como los entendemos hoy, surgió paradójicamente gracias a la industrialización en el siglo XIX. El cultivo en las ciudades ha sido una realidad que ha acompañado al ser humano desde que su mundo asumió características urbanas, alternándose a lo largo de la historia entre una vocación productiva, la del huerto, y otra recreativa, el huerto como lugar de descanso y «respiro» del resto del mundo.
Cuestionario
L3. Participación comunitaria e impacto de los huertos comunitarios
Un huerto comunitario se define como un espacio gestionado colectivamente y beneficioso para sus miembros y el territorio con diversos fines, como el ocio, el recreo, el juego, las actividades sociales, el bienestar, la educación, la inclusión y la integración. El cultivo de alimentos puede ser una de las características de un lugar de este tipo, pero puede no ser el objetivo principal o único. Los hay de todas las formas y tamaños, desde minúsculos jardines naturales hasta zonas de frutas y hortalizas entre complejos residenciales, desde invernaderos comunitarios hasta huertas gestionadas por la comunidad. Los huertos comunitarios suelen ser creados por grupos de personas de la localidad de forma voluntaria y suelen mantener un alto grado de participación voluntaria. Algunas granjas y huertos comunitarios de mayor tamaño también emplean a trabajadores, mientras que otros son gestionados exclusivamente por pequeños grupos de voluntarios. La mayoría tienen un comité de gestión elegido por la población local, algunos se gestionan como asociaciones con las autoridades locales, aunque mantienen una fuerte implicación territorial.
Empoderar un huerto comunitario significa habilitar y promover la capacidad de los hortelanos para comprender la realidad circundante y ejercer control sobre los acontecimientos, asumiendo un papel activo, consciente y responsable, especialmente en los procesos de toma de decisiones. Los modos operativos y relacionales a través de los cuales se desencadenan y realizan los procesos de empoderamiento retoman con frecuencia términos como participación, facilitación, confianza, delegación, emancipación, compartir, estímulo, colaboración, optimismo y tolerancia. Para ser una realidad que trabaja en el empoderamiento de aquellos con los que entramos en contacto, es necesario crear contextos donde sea posible compartir información y experiencias, madurando un sentido de identidad colectiva. La responsabilidad y el liderazgo compartido, un ambiente de apoyo, una cultura de crecimiento y promoción comunitaria, y la posibilidad de que los miembros asuman múltiples roles significativos son las características que deben definir nuestro proyecto de huerto comunitario.
Las acciones de un huerto urbano comunitario implican a adultos que no son sólo ejecutores de prácticas agroecológicas, sino también verdaderos difusores de la educación ambiental y multiplicadores de acciones de sostenibilidad que van mucho más allá del ámbito medioambiental. Es innegable que una de las prioridades del proyecto comunitario detrás de un huerto urbano comunitario es presentarse no sólo como un espacio recuperado y accesible para todos, sino también como un catalizador de energías dirigidas a fomentar la comprensión de las cuestiones ambientales y climáticas, reforzando el compromiso individual de los ciudadanos para adoptar prácticas sostenibles y promoverlas entre los demás. El huerto urbano comunitario debe ser visto y reconocido no sólo por los ciudadanos, sino también por otros agentes sociales clave, como un espacio en el que pueden ejercitarse y desarrollar competencias cívicas y sociales. Esto ocurre de forma diferente, y a menudo alternativa, a lo que la sociedad ofrece normalmente. La codecisión, la coprogramación y el codiseño entre sus miembros son dimensiones fundamentales del huerto urbano comunitario que, de otro modo, no existirían ni perdurarían en el tiempo. El atractivo que ejerce sobre muchos ciudadanos suele deberse inicialmente a factores estéticos que destacan de forma natural en el contexto urbano. La resistencia de los huertos urbanos a los diversos problemas sociales que reflejan sigue siendo el principal elemento de acceso y permanencia en la experiencia del huerto urbano comunitario.
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«Un solo metro cuadrado de tierra puede producir 30 kg de tomates al año, 100 cebollas en 120 días o 36 cabezas de lechuga cada 60 días» (Universidad de Oxford). Ese mismo metro cuadrado de tierra en un huerto urbano comunitario puede generar simultáneamente externalidades sociales positivas: desarrollo de habilidades, mutualidad, cooperación, inclusión, cohesión social, bienestar y compromiso cívico. Esta consideración nos permite afirmar que lo que cuenta en estas realidades es la densidad social de cada kilogramo producido, inclinando la balanza a favor de estos proyectos socialmente relevantes. Son frutos de la tierra y semillas para la sociedad.
El huerto urbano comunitario se configura como un eje de intersección y potencial concreción de las políticas de sostenibilidad, incluidas las alimentarias, que insisten en su territorio. La premisa es que los miembros activos de los huertos comunitarios (hortelanos) no son meros ejecutores de prácticas agroecológicas relacionadas con la alimentación, sino también verdaderos difusores de la educación ambiental y multiplicadores de acciones de sostenibilidad que van mucho más allá del ámbito medioambiental. Es innegable que una de las prioridades del proyecto comunitario detrás de un huerto urbano comunitario es presentarse no sólo como un espacio recuperado y accesible para todos, sino también como un catalizador de energías dirigidas a fomentar la comprensión de las cuestiones ambientales y alimentarias, reforzando el compromiso individual de los ciudadanos para adoptar prácticas saludables y sostenibles y promoverlas entre los demás.